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jueves, 28 de diciembre de 2017

Una tarde...

El dueño de un pequeño restaurante de comida árabe leía el Corán mientras sus clientes comían, era interrumpido para cobrar y luego seguía leyendo… leía en susurro, se escuchaba como un canto… Pensé en lo mucho tenía que gradecer aquel hombre musulmán que vive en Caracas; Si, aunque se trate de la Caracas llena de miseria y calles destruidas, que vemos a diario. Aquí, aún, no nos caen bombas de la nada. Aquí, aún, respetamos la libertad de culto. Agradecí en silencio aquel breve momento de respeto y convivencia. A mi espalda el musulmán orando, frente a mí, mi tío evangélico y yo, católica por costumbre y defecto. Celebré la fe en silencio y disfruté el almuerzo. 

1 comentario:

Satygo dijo...

claro que caen bombas... pero no todas desarticulan y mutilan cuerpos, ya que hay peores y son aquellas que estallan o relentizan cerebros.