
Continúo mi caminata y las calles se extienden, las vírgenes me saludan y los angelitos se esconden. Yo me identifico con ellos porque los veo en silencio, rodeados de gente que no conocen, inmersos en su mundo sosteniendo su propia atmósfera, entristecidos y enriquecidos por el tiempo. Son dolientes aunque es probable que alguna vez hayan sido dolor.
Mi visita termina, despidiéndome de una virgen blanca, (no canela ni rosada sino blanca blanca) que no quiso saludarme, prefirió continuar sumergida en ese encierro que la rodeaba. Ella y yo somos iguales, sólo que yo camino por las calles. Ya de tanto pensarla comienzo a sentirla y mejor me despido rápido, hoy quise saludarla pero ahora ya no quiero verla. Los vivos a sus camas y los muertos a sus tumbas.