Quisiera creer que tu silencio, tan punzante y doloroso, no es más que la viva muestra de tu miedo, tan intenso y constante como el mío.
Ambos sentados en el mismo banco.
Sedientos uno del otro, apenas se atreven a mirarse.
Y en esas miradas intercambian deseos, caricias, besos…
sin embargo los labios no se abren, y el silencio permanece.
Entonces cae la tarde y las sombras surgen… así que parten cada uno en dirección opuesta, a encontrarse quién sabe cuándo, quién sabe dónde.
Pero definitivamente a encontrarse, pues el deseo conducirá sus vidas a un próximo encuentro. Aunque posiblemente también esta vez se ahoguen en el silencio.
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