Las grandes tristezas se guardan en el pecho tan profundo tan profundo que te olvidas de ellas, pero siempre viene alguien a mover la tierra. Y entonces se desvorda un mar gigantesco colmado de pena, de impotencia, de rabia, de explicaciones inconclusas y renacen los deseos no resueltos y se instala el cansancio que deja la amargura.
Exhausto, el pecho vuelve a cubrirse a sí mismo y ahí queda la tristeza, negada a diluirse, prefiriendo enterrar sus raices en un hueco antes de permitirle al tiempo que la desaparezca.
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